La emancipación de las minorías sexuales (gays, lesbianas, travestis, bisexuales y todos aquellos sin identidad que han tenido amor o deseos persistentes por alguien de su mismo sexo) comenzó a poco de promediar el siglo XIX. Hoy ya tenemos elementos para esbozar nuestra historia social; y el siglo XXI inauguró en ella una época nueva.

Antes éramos (algunos todavía lo son) excluidos. Ahora somos (la mayoría todavía no lo es) actores sociales. Hemos logrado incluirnos en la sociedad. Seguimos estando lejos de los centros de poder, y poseemos menos reconocimiento y el respeto que se les otorga a casi todos los actores sociales; pero ya estamos, al menos la mayoría, incluidos en la sociedad. Seguimos ocupando posiciones relativamente cerca de los márgenes, algunos más, otros menos; pero de todos nuestros subgrupos solamente quedan marginados, esforzándose todavía para atravesar la barrera intangible del desprecio, quienes viven del trabajo sexual: las travestis y los taxi boys.

Conseguir un lugar aceptable para convivir con los demás en dignidad significa acercarnos lo más posible a los centros de poder social: implica ocupar un lugar dentro de la jerarquía social; y para ello hay que presionar, hacer lobby, reunir poder económico, armar discurso (lo que significa tener qué decir y saber cómo decirlo) y acumular paciencia para que la construcción de la comunidad nos dé el peso del que todavía carecemos.

Antes no era así. Unos pocos individuos decididos y tercos (algunos hasta el fanatismo) podíamos hacer gran mella en las barreras sociales. Contábamos a nuestro favor con la sorpresa general ante nuestra irrupción y con la culpa de los que habían sido inconscientemente cómplices de nuestra opresión; las circunstancias nos eran favorables, porque entre los siglos XIX y principios del XX la mitad marginada de la sociedad, las mujeres, había forzado su inclusión, abriendo así paso a la arremetida de las minorías raciales (negros e indios); y por la brecha que ellos abrieron nos precipitamos nosotros. Oleadas sucesivas de gays, lesbianas y ahora travestis actuaron con la decisión de los conquistadores y la fuerza de los desesperados. A eso podemos llamarle “la época heroica”, que en nuestro país va de la Coordinadora de Grupos Gays de 1983 a la personería jurídica de la CHA, en 1992, y de SIGLA, en 1993.

Esa época terminó. Nos toca ahora una menos espectacular, aunque quizás más difícil: la construcción comunitaria. Es impostergable porque las personas viviendo con VIH/SIDA de nuestra comunidad son cada vez más, y no lograremos bajar las tasas de infección solamente con solidaridad. También necesitamos apropiación del conocimiento, incluso de aquél que niega ciertos discursos, teorías y prácticas de la época heroica. Años atrás desoímos a los admirados líderes que nos decían que el VIH no era la causa del SIDA; hoy ESPEJO, atenta a la ciencia, traduce y publica la evidencia acumulada en las últimas dos décadas a favor de la base genética y hormonal prenatal de la homosexualidad.

Muchos libertarios enamorados de su nomenclatura, sus ideas de combate y el ansia de ser epígonos de quienes pelearon en la década del sesenta y setenta nos lo reprochan y propagandizan las virtudes del pensamiento único, aunque agrave la atomización de los grupos organizados. Pero ESPEJO, como lo hacía el programa radial “Totalmente Natural”, sostiene que “la libertad de expresión va primero”. Aunque éstas son nuestras páginas, no censuraremos a nadie: si nos llegan refutaciones las imprimiremos sin otro requisito que un nivel académico alto y actualizado, y un largo adecuado.