Se puede muy bien ser gay sin pensar como queer.

En mis clases de Educación Sexual enseño que hay dos sexos; también enseño que la atracción hacia los varones se llama androfilia y la atracción hacia las mujeres se llama ginefilia. Enseño que yo comparto con las mujeres heterosexuales la androfilia, porque soy homosexual y en mí hay un componente de mujer; estrictamente, en mi cerebro hay algo de mujer. Hasta en los hombres homosexuales más masculinos hay algo de mujer: igual que las mujeres heterosexuales, desean tener relaciones sexuales con hombres.

Muchos heterosexuales nos dan el gusto de tenerlas con ellos, pero nunca se enamoran de nosotros justamente porque son heterosexuales: solamente pueden enamorarse de mujeres. Los homosexuales sí podemos enamorarnos de otros hombres (pero cuidado, chicos, con enamorarse de un hétero: te estropeás la vida).

También enseño que el género se corresponde con los dos sexos, aunque lo masculino y lo femenino tienen cierta autonomía; y agrego que el género promueve la posición superior de los varones y la sumisa de las mujeres, y que el machismo tiene como meollo la ginefobia. Y como todos los  homosexuales varones, desde el chongo más masculino hasta la loca más femenina, tenemos algún componente de mujer, lo escondemos para evitar represalias de otros varones. De allí viene la frase “a vos no se te nota”. Lo que no se nota es el componente femenino. Algunos tienen más, otros menos; en algunos es evidente porque se expresa en la apariencia y los modales, en otros es casi indiscernible porque su expresión es apenas una fracción de segundo que los ojos se detienen en la mirada de otro hombre, pero en todos está ese componente de mujer. Y hay algunos que lo tienen en tan alto grado, que ya corresponde decirles “chicas” y tratarlas como tales.

La inversa, aunque no de modo exactamente simétrico, se da con las lesbianas que tienen en común con los hombres heterosexuales la ginefilia; algunas son más masculinas que otras. También es cierto que los hombres somos sexualmente más rígidos que las mujeres, y que una vez decidida nuestra orientación sexual difícilmente la cambiemos; en cambio muchas chicas pueden entrar y salir de la heterosexualidad y la homosexualidad como quien visita dos habitaciones de la casa en que vive. Por eso hay lesbianas machonas y femmes, muchas de las cuales suelen ser bisexuales o haber estado casadas con un hombre hasta ayer.

Esta diversidad es la explicación de las minorías sexuales, y muestra que la naturaleza es muy sabia: sin esta impecable diversidad donde los elementos del varón y los elementos de la mujer pueden mezclarse en algunos integrantes de la especie, seguramente la especie no habría podido subsistir. El varón totalmente masculino, pura testosterona peleadora, nunca llegaría a reproducirse porque estaría muerto antes de la madurez; y la mujer totalmente femenina, puro estrógeno cauteloso, no llegaría a reproducirse porque se moriría de hambre sin salir de su escondite.

Soy darwiniano y confío en la ciencia, digo que la homosexualidad tiene base genética y que el mecanismo disparador son los niveles hormonales intrauterinos excepcionales, y descreo del enfoque de las ciencias sociales.

De una persona vemos su género, y ese género nos crea la expectativa de un sexo bajo esa apariencia; el juego de género y sexo nos crea la expectativa de homosexualidad y heterosexualidad. En última instancia, cualquier forma de homosexualidad es una cuestión de género, con más o menos elementos intermediarios. Ésta es la realidad, que no se cambia con palabras; simplemente se la ordena, porque fuera de nuestra percepción hay una realidad que existe, y lo único que construimos es el lenguaje con el cual la describimos.

La filosofía queer está traicionando una de las grandes finalidades eternas de la filosofía: la búsqueda de la verdad. Digan lo que digan Beatriz Preciado y sus seguidores criollos, hay varones, hay mujeres, hay homosexuales y heterosexuales, y hay una realidad en la que vivimos más allá de nuestro intelecto; la percibimos por los sentidos y la interpretamos con nuestro cerebro, pero la realidad existe allí, fuera de nosotros, y está habitada por individuos con caracteres derivados de la existencia de dos sexos y de las relaciones que se producen entre esos dos sexos. El sufrimiento que hemos pasado por ser transexuales o gays o lesbianas o mujeres bisexuales es real, y no desaparecerá por más que neguemos la existencia de sexos, géneros y preferencias sexuales, y los reemplacemos por palabras presuntuosas.

Rafael Freda