Milton Diamond expone su teoria de desarrollo sicosexual y la distorsión que Judith Butler hace de sus trabajos
Sex Roles (2006) 55: 589-600.
ARTÍCULO ORIGINAL
Teoría de Interacción Sesgada de Desarrollo Sicosexual: “¿Cómo se sabe si uno es Varón o Mujer?”
Milton Diamond
Department of Anatomy, Biochemistry and Physiology, Pacific Center for Sex and Society, University of Hawaii, John A. Burns School of Medicine, 1960 East-West Road, Honolulu, HI 96822, USA. e-mail:
Resumen: Se presenta una teoría de desarrollo de género que incorpora los factores biológicos tempranos que organizan las predisposiciones en temperamentos y actitudes. Con activación de estos factores, una persona interactúa en sociedad y llega a identificarse como varón o mujer. Las predisposiciones establecen preferencias y aversiones que el infante en crecimiento compara con las de otros. Todos los individuos se comparan a sí mismos con otros que deciden a quiénes se parecen (lo mismo) y de quiénes son diferentes. De estas experiencias e interpretaciones puede entonces decirse que determinan cómo uno llega a identificarse como varón o mujer, hombre o mujer. En retrospectiva, uno puede decir que la persona tiene un cerebro generizado ya que es el cerebro quien estructura la personalidad básica del individuo, primero con tendencias inherentes, después con interacciones que vienen de la experiencia.
Palabras clave: Desarrollo sicosexual. Desarrollo genérico. Interacciones genético-endocrinas. Comparaciones de Género. Modelos de rol. Influencias prenatales. Factor organizador. Factores de activación. Identidad de género. Identidad sexual. Masculinidad. Varón. Femineinidad. Mujer
Lo que significa ser varón o mujer en cualquier sociedad es algo que se discute una y otra vez. En cuanto a la pregunta de cómo uno se desarrolla sexualmente como hombre o como mujer hay un debate similarmente largo. Esto es especialmente cierto cuando uno es atípico debido a variación en las conductas de género, la identidad sexual o genérica, o la orientación sexual. Ofrecidas como contribuciones importantes a la comprensión teórica hay muchas teorías disponibles, que van desde el reduccionismo al construccionismo, desde lo ambiental a lo evolucionario y a otros enfoques. En un modo simplista, se podría decir que, con la mayor frecuencia, las discusiones eventualmente se reducen a debates de natura versus nurtura. Sin embargo, durante unas pocas últimas décadas o poco más, las personas han comenzado a reconocer que ambas están inextricablemente entrelazadas.
Comencé hace alrededor de cuarenta años a defender la fusión de natura y nurtura en un abordaje de interacción para comprender el desarrollo sexual. El estímulo para esta respuesta fue la entonces prevaleciente teoría de que el desarrollo sexual y de género de uno se debía principalmente a las fuerzas sociales y de aprendizaje. Se expresaba de este modo: “En lugar de una teoría de masculinidad o feminidad instintivas que sean innatas, la evidencia del hermafroditismo da apoyo a una concepción de que sicológicamente la sexualidad es indiferenciada al nacimiento y que se va volviendo diferenciada en masculina o femenina en el curso de las diversas experiencias del crecimiento” (Money, J. G. Hampson, & J. L. Hampson, 1955, p. 308) y “Es más razonable suponer simplemente que, como los hermafroditas, toda la raza humana sigue el mismo patrón, es decir, el de indiferenciación sicológica en el nacimiento” (Money, 1963, p. 820).
Para contrarrestar esta posición expresé mi idea, apoyada en la evidencia disponible en esa época, de que los seres humanos estaban predispuestos o “sesgados” para actuar de ciertas maneras y de que “el comportamiento es un compuesto de influencias prenatales y postnatales, con los factores posnatales sobreimpuestos en una sexualidad definida e inherente” (Diamond, 1965, p. 169). Con posterioridad escribí monografías adicionales expandiéndome sobre este tópico (Diamond, 1976, 1979, 1993, 1995, 1997a, 1999, 2002a; Diamond, Binstock, & Kohl, 1996). Estos artículos han extendido mi pensamiento teórico sobre el desarrollo de muchas facetas de la expresión sexual, desde lo típico a la homosexualidad, transexualidad e intersexualidad. Para este número especial de Sex Roles es apropiado, agregando la evidencia disponible actualmente, reiterar mi teoría de desarrollo de identidad genérica.
En general, los factores biológicos que comienzan desde los cromosomas XY producen varones que se desarrollan en niños y después en hombres con cualesquiera características que se crean apropiadamente masculinas para la sociedad, y mujeres que se desarrollan en niñas y después mujeres con cualesquiera características que se consideren apropiadamente femeninas para la misma sociedad. Las diferencias del curso usual de desarrollo no son vistas como “cosas que anduvieron mal” o errores de desarrollo sino como variaciones ocasionales que-deben-esperarse, debidas a interacciones casuales de todas las variables involucradas. Ya que muchos aspectos de este abordaje al desarrollo sicosexual han sido presentadas en publicaciones previas esta reseña será relativamente breve y en una forma diseñada en cinco pasos
.
Teoría de Interacción Sesgada de Desarrollo Sicosexual: también conocida como
Teoría de Predisposición Sesgada de Desarrollo Sicosexual y
Teoría Igual-Diferente de Desarrollo Sicosexual.
1. Una persona nace con un cierto trasfondo basado en su herencia evolucionaria, su genética familiar, el ambiente uterino y la salud. Las influencias gestacionales más fuertes vienen de las fuerzas organizadoras genéticas y endocrinas. Los factores de organización son las influencias genéticas y hormonales asentadas prenatalmente que influyen en los comportamientos adultos una vez que son echadas a andar por los procesos o eventos de activación puberal o pospuberal. Son estos variados factores organizadores los que están en el corazón de la teoría. Los factores de organización influyen o sesgan las respuestas subsiguientes del individuo; predisponen la persona a manifestar comportamientos y actitudes que han llegado a ser reconocidos como predominantemente masculinos o femeninos. La base para esta creencia, a partir de la experiencia y de evidencias experimentales tanto clásicas como modernas, se presentan más abajo.
2. El mejor modo de apreciar el desarrollo sexual es a lo largo de un mínimo de cinco niveles. Los cinco están sesgados en su manifestación a causa de los factores de organización antes mencionados. Estos niveles se recuerdan con el acrónimo PRIMO (Diamond, 2000a, b). Estos niveles son: :
P = Patrones genéricos: ¿Cómo se comporta un individuo en comparación o en contraste con otros en la sociedad y cultura? ¿Es de acuerdo con o apartándose de [at variance with] esas conductas consideradas socialmente adecuadamente masculinas, femeninas u otras?[1]
R = Consideraciones Reproductivas: ¿Cuáles son las capacidades, aspiraciones y realidades reproductivas de la persona? ¿Aspira la persona a vivir o en la realidad vive como madre o padre?
I = Identidad: Cómo la persona se ve a sí misma en relación con sexo y género. ¿El individuo se reconoce a sí mismo como varón o mujer [male or female] y cómo prefiere el individuo vivir su vida, como hombre o como mujer [as a man or as a woman]? ¿Son la identidad sexual y la identidad de género concordantes o no?
En la actualidad, sexo y género son los que mejor se reconocen como términos que reflejan diferentes aspectos de la vida relativos a la sexualidad. El término sexo se relaciona mejor con la anatomía de los genitales, los cromosomas u otras características biológicas, en tanto que género refiere mejor a una condición social y sicológica impuesta o adoptada. Esta estaría en conductas y actitudes que una sociedad particular promueve para sus individuos. La identidad sexual se refiere a cómo una persona se considera a sí misma un varón biológico o una mujer biológica [a biological male or female] Esta convicción interna generalmente es el reflejo especular de la propia apariencia física exterior y está concertada con el papel típicamente vinculado-con-el-sexo que uno desarrolla y prefiere o que la sociedad intenta imponer. La identidad de género, sin tener en cuenta el sexo biológico real del individuo, se refiere a cómo el individuo prefiere verse a sí mismo funcionando en la sociedad, ya sea como hombre o como mujer. Bajo este concepto de género los términos hombre y mujer son términos sociales análogos a padre y madre, sin tomar en cuenta si el rol o posición está ocupada por un varón o mujer por su anatomía [anatomical male or female] (Diamond, 2002a). Masculino y femenino, como adjetivos, pueden referirse a características o bien del sexo o bien del género.
M = Mecanismos: Éstas son las capacidades de experimentar y ejecutar rasgos típicos y esperados del sexo; e.g., eyacular, dar de mamar, lubricarse vaginalmente, excitarse eróticamente, orgasmo, etcétera.
O = Orientación Sexual: El tipo de pareja sexual, erótica o romántica hacia la que uno se siente atraído. Comúnmente esto se piensa en términos de heterosexual, homosexual o bisexual.
Años atrás Karlen y yo (Diamond & Karlen, 1980) habíamos sugerido que términos como heterosexual u homosexual fuesen usados como adjetivos en vez de como sustantivos para identificar personas. Desde entonces he recomendado que como descriptores se usen los término andrófilo (que ama al varón= male loving), ginecófilo (que ama a la mujer= female loving) y ambifílico (que ama a ambos= both loving) (Diamond, 2002a). Los términos primeramente mencionados a menudo son confusos cuando se describen personas intersexuadas o transexuales, y no siempre es claro si uno se está refiriendo al estado original o final del individuo. Además, los términos sugeridos pueden ser usados como adjetivos sin tener en consideración el sexo o género originales de la persona de la que se está hablando. Los términos sugeridos no traen encajado el tabú o los rasgos políticos de la nomenclatura hétero / homo / bi-sexual y, como otra diferencia con los términos anteriores, no se presume que sean una descripción total de nadie.[2]
3. La familia, sociedad, cultura y ambiente físico en que el infante se encuentra ejerce una influencia formativa en el aspecto sexual del desarrollo, y en otros aspectos. Estas influencias continúan a través de la vida. Es así, arrancando de influencias (sesgos o predisposiciones) impuestas que empezaron desde la concepción, que el niño o niña se topa con el mundo e interactúa con él (Diamond, 1976, 1979, 2002a). Por tanto no es natura o nurtura sino natura y nurtura trabajando juntas lo que estructura el desarrollo sicosexual.
4. Comenzando muy temprano en la vida el infante en desarrollo comienza a compararse a sí mismo o sí misma con los otros, pares y adultos, que ve, conoce o de los que escucha hablar. Todos los chicos tienen esto en común (R. Goldman & J. Goldman, 1982). Al hacerlo así, analizan los sentimientos interiores y las preferencias conductuales en comparación con las de sus pares y adultos. En este análisis consideran de modo crucial: “¿A quién me parezco y a quién no me parezco?” Los modelos de rol son de influencia particularmente fuerte pero no hay modo de predecir si se elegirá un modelo, quién será el modelo elegido, ni con qué bases será elegido. En esta comparación no hay cuño o molde interno de varón o mujer [template of male or female] con el que el infante intente encajar. En lugar de ello, ven si soy iguales o diferentes en comparaciones con sus pares, con personas importantes, grupos o categorías de otros (Diamond, 2002b). Lo que es crucial es “si encaja bien”. El chico típico, incluso si es afeminado, se ve a sí mismo como alguien que encaja en la categoría “chico” y “varón” [“boy” and “male”] y que eventualmente crecerá para ser un hombre con todos los aditamentos de masculinidad que van con ello. De modo similar, la niña típica, incluso si es bastante masculina, crece con la aspiración de ser una mujer y probablemente de ser madre. Las comparaciones permiten una gran flexibilidad en la variación cultural en relación con las conductas generizadas. Es el valor adaptativo de esta naturaleza inherente del desarrollo cerebral lo que sobrepasa el concepto de cuño cerebral de hombre - mujer para organizar el desarrollo de género. El hombre promedio encaja sin dificultad, el hombre atípico, que mostrará signos de disforia de identidad de género, por ejemplo, no se considera a sí mismo como igual o similar a otros de su género. Se ve a sí mismo como diferente en gustos y aversiones, preferencias y actitudes, pero básicamente se ve diferente en términos de identidad. Hay un período de confusión durante el cual el niño piensa algo como “Mamá y Papá me llaman nene [boy], y sin embargo yo no soy de ningún modo parecido a ninguno de los otros que conozco a los que se llama “nene.” [boy] Si bien la única otra categoría que el niño conoce es nena, [girl], desarrolla el pensamiento de que él podría o debería ser uno de esos individuos. Inicialmente ese pensamiento es un salto conceptual demasiado grande para ser fácilmente aceptado y el niño lucha en un intento de conciliar estos sentimientos extraños. El niño puede en realidad imaginar que es, si no verdaderamente un niño, entonces posiblemente un eso, un ser extraño de algún tipo o un fenómeno de la naturaleza. Eventualmente podría llegar a creer, ya que no conoce ninguna otra opción, que es una niña o que debería ser una. Y con el modo en que un niño cree en Santa Claus o en el Hada de los Diente puede llegar a esperar que crezca y se volverá mujer. Con la experiencia y la comprensión de que esto no ocurrirá por sí mismo el niño que va madurante puede comenzar a buscar modos de efectuar el cambio deseado. Una mujer [female] puede experimentar lo mismo, con una línea argumental inversa.
5. Cuanto más permisiva es la cultura, mayor probabilidad tiene la persona en crecimiento de expresar menos conductas y actitudes socialmente aceptadas. Inversamente, cuando más restrictiva es la cultura menos probable es que el individuo exprese sus sentimientos más íntimos en cuanto al género, especialmente si van en contra de la mayoría (Diamond, 2002a, b).
Evidencia de los Efectos Organizadores de la Genética y los Andrógenos
La evidencia temprana de que la conducta está sesgada sicosexualmente viene de resultados de experimentos de la naturaleza y en animales. Se ha sabido desde la antigüedad en muchas especias de animales que incluso aquellos criados en aislamiento desplegarán conductas típicas de hembra y macho [male and female] cuando se los coloca en situaciones sociales. También se ha sabido que la castración neonatal, la remoción de los testículos productores de andrógenos-testosterona de los animales de granja y de los machos de otras especies produce fauna que es relativamente tranquila y sumisa en general, y no como sus conespecíficos machos típicos. La castración casi siempre evitará que los machos copulen o se involucren en luchas por la dominación o que participen en otras conductas masculinas. Dependiendo de la especie, esta demasculinización induce simultáneamente una feminización incrementada y la exposición de un feto hembra al andrógeno, de modo opuesto, puede tener tanto un efecto de masculinización como de defeminización de la conducta (Beach, 1976a). Por ejemplo, los machos castrados tienen mayor probabilidad que los machos intactos de ser montados sexualmente y las hembras a las que se les han dado andrógenos montarán de modo no característico a los machos o a otras hembras. Dependiendo de la especies estos efectos comportamentales pueden ser revertidos por la administración o remoción de la testosterona endógena, mostrando el crucial potencial mediador de los andrógenos en la conducta.
La investigación experimental clásica sobre la influencia de la testosterona fue hecha por Phoenix, Goy, Gerall, y Young (1959). Este trabajo demostró que la administración de testosterona a chanchitos de guinea hembras preñados daba como resultado una progenie de hembras que, sin manipulación ulterior, actuaban como machos en sus conductas adultas. Dependiendo de la cantidad y duración de la testosterona administrada, los genitales podrían o no ser masculinizados. Pero los efectos comportamentales podrían ser demostrados incluso si los genitales de la hembra no estuvieran virilizados. El trabajo de Goy, Bercovitch, y McBrair (1988) mostró que esto ocurría también en los primates; las conductas de los monos hembras expuestos a la testosterona prenatal estaban masculinizadas incluso cuando no era evidente ningún signo externo del tratamiento. El trabajo de Gorski (1991) de modo similar mostró que cuando a las ratas hembra se les daba una única inyección de testosterona inmediatamente después del nacimiento, también ellas mostraban conducta sexual típica de los machos cuando llegaban a adultas. De modo análogo, las ratas machos o los monos castrados siguiente el nacimiento mostraron conducta sexual típica de las hembras al llegar a ser adultos. Básicamente, el sistema nervioso se había diferenciado sexualmente (Breedlove, 1994; Kimura, 1992).
Un estudio particularmente significativo fue hecho por Short (1979) Ciervo Rojo (Cervus elaphus). En este gran mamífero ciervos machos y hembras viven separados la mayor parte del año. Durante la estación del celo, sin embargo, un macho reunirá un harén de hembras con las que se apareará. Short castró a los cervatos machos dentro de la semana de nacimiento y siguió su desarrollo en la vida salvaje.[3] La castración en los cérvidos previene el desarrollo de cuales quiera características secundarias del macho, tales como los cuernos ramificados o la pelambre del cuello. Esto da como resultado que los machos castrados tenían la apariencia de hembras y eran aceptados en el harén como hembras por el macho controlador y por las hembras del grupo. Estos machos no eran expulsados del harén del modo en que hubiera sucedido con un animal macho intacto. Sin embargo, es significativo que estos machos castrados, aparentemente considerados como hembras por todos los otros animales con los que estaban en contacto, intentaban copular como machos y mostraban el flehmen* y la monta típicas. Para citar a Short, “éste es seguramente un ejemplo sumamente espectacular del efecto de impronta de larga duración de las hormonas sexuales del macho en el cerebro durante la vida fetal, efecto que puede persistir en la adultez en ausencia de la hormona” (Short, 1979, p. 371). Aunque todos los otros ciervos trataban a los machos castrados como hembras, estos machos “sabían” que eran machos, o al menos actuaban como tales cuando se trataba de comportamientos copulatorios.
Los estudios antes mencionados han mostrado que los mamíferos son significativamente formados (sesgados) en su comportamiento sexual por los efectos de andrógenos pre- o neo- natales y que incluso las hembras desplegarán comportamientos sexuales típicos de los machos cuando se las expone a una administración comparable de testosterona. Y, dependiendo de la especie, los machos privados de esta testosterona temprana, cuando sean adultos, desplegarán conductas típicas de las hembras (Beach, 1976b). También se ha mostrado en muchos estudios de animales que la genética induce diferencias sexuales en diferentes conductas. Las prácticas de cruza estándares de animales se aprovechan de esto. Los estudios animales han mostrado claramente diferentes conductas copulatorias inducidas por las cruzas de muchas especies de animales, particularmente para perros, ratones, ratas, ovejas y cerditos de Guinea. Algunos de los experimentos de cruza más conocidos han mostrado ovejas que demuestran actividades homosexuales u heterosexuales innatas (Perkins & Fitzgerald, 1992). Así, debido a factores endocrinos y genéticos naturales, los animales individuales no son sicosexualmente neutrales en el nacimiento sino que están programados para comportarse en ciertos modos sexoespecíficos. Y parece razonable (por los rasgos sexuales y reproductivos son cruciales para la perpetuación de las especies) que los humanos sigan esta herencia evolucionaria de los mamíferos (Diamond, 1965).
La evidencia en humanos es convincente. Proviene ampliamente de datos clínicos y de experimentos de la naturaleza. Es evidente que los comportamientos se producen de modo contrario a las expectativas si se juzgan a partir de cómo los individuos son criados y educados social y formalmente. Por ejemplo, los transexuales demuestran la experiencia clínica vastamente vista de individuos que llegan a expresar una identidad de género en contraste con su anatomía y crianza aparentes. Los transexuales son individuos del sexo varón o del sexo mujer que persistentemente creen que son o debería ser del sexo opuesto (DSM-IV-TR, American Psychiatric Association, 2000). A pesar de haber sido criados, nutridos y educados en conformidad con gónadas y genitales, las personas de esta condición, llamada a veces GID (Gender Identity Dysphoria: Disforia de Identidad de género), sin embargo viven como miembros del género que creen ser y en algunos casos se someten a cirugías de gran envergadura para lograr conformidad con las apariencias sexuales y genéricas. Uno de los resultados más comunes entre los transexuales es que muy tempranamente en la vida comienza a sentirse diferentes de los otros a los que se supone deberían ser parecidos; y esto es a menudo cuando todavía está gateando o en edad preescolar. Aquí hay algunas expresiones de muestra: “He sabido desde que tengo memoria que yo no era en realidad un nene”; “He sabido que soy transexual desde que tenía seis años”; “me sentí diferente desde mis memorias más tempranas”; y “sabía cuando era niño que era una nena pero pasé medio siglo negándolo.” Estos individuos relatan que sabían que eran diferentes al compararse a sí mismos con otros (Diamond, Watson, Miyamoto, & Fee, 2006)[4].
Hay ahora una extensa reseña del desarrollo transexual que documenta sus cimientos biológicos (GIRES, 2006). Entre los descubrimientos más convincentes están que los componentes cerebrales reales de los transexuales son más parecidos a aquellos de quienes comparten el género y no a los de aquellos con quienes comparten el sexo (Kruijver et al., 2000; Zhou, Hofman, Gooren, & Swaab, 1995).[5] Estos componentes del cerebro presumiblemente están involucrados en la organización de la identidad de género. Los estudios de mellizos transexuales también son instructivos. Si un miembro de un conjunto de gemelos (mellizos idénticos) varones hace la transición para vivir como mujer la posibilidad de que su hermano haga lo mismo es aproximadamente del 50% y se han encontrado gemelos idénticos criados aparte que hacen ambos la transición. Entre mellizos fraternos varones, la probabilidad de que el hermano también haga la transición es solamente del 15%. Para conjuntos de mellizas mujeres las estadísticas comparables están en el orden del 20 y el 0%, respectivamente (Diamond & Hawk, 2004). Y un estudio de genes relacionados con los esteroides sexuales en transexuales de varón a mujer encontró disposiciones de genes estadísticamente significativos que diferían de las de los no transexuales (Henningsson et al., 2005). De estos resultados y del hecho de que la transición de varón a mujer tiene alrededor de tres veces la frecuencia de la transición de mujer a varón se presume que las fuerzas que conducen a tales cambios son de origen genético y significativamente diferentes en varones y en mujeres.
Los individuos intersexuados (personas con características identificables de anatomía de varón y de mujer) también son instructivos aquí. Muchos de estos individuos, a pesar de ser criados como niños y niñas típicos, se ven a sí mismos como miembros del sexo opuesto y cambian su estatus de género. La probabilidad de tales cambios difiere dependiendo de la condición intersexual específica y sus características confirmadoras del género o vulnerables a la sociedad (véase e.g., Cohen-Kettenis, 2005; Diamond, 1997a; Diamond & Watson, 2004; Meyer-Bahlburg, 2005; Reiner, 2005).
Evidencia particularmente espectacular de un sesgo sicosexual de identidad de género innato proviene del trabajo de William Reiner. Este médico ha tenido una gran experiencia cuidado individuos de una condición llamada extrofia cloacal. Las personas de esta condición nacen básicamente sin genitales y con una abertura similar a una cloaca en la pelvis donde deberían estar los genitales (Reiner, 2004). Los varones de esta condición no son intersexuados y se desarrollan típicamente en todo excepto en la región pélvica. Estos varones experimentaron una exposición de andrógenos prenatal típica de los varones (Mathews, Perlman, Marsh, & Gearhart, 1999) y herencia genética (Mayer, Lahr, Swaab, Pilgrim, & Reisert, 1998). Como el pene en estos varones es seriamente inadecuado o está ausente el procedimiento clínico usual ha sido asignar a estos infantes el sexo de niñas social, legalmente y quirúrgicamente a través de castración bilateral y genitoplastia feminizadora. Entonces fueron criados como niñas típicas con los progenitores conscientes del sexo de nacimiento del infante, y a veces sin que lo conocieran (Diamond, 1999; Reiner, 2004).
Siguiendo una población clínica de estos individuos Reiner descubrió que de 24 sujetos criados como niñas, 13 se declararon varones, siete se habían declarado mujeres, dos se habían rehusado persistentemente a declarar una identidad de género, uno, aunque solamente tenía siete años de edad, ha repetidamente expresado la preferencia de vivir como varón, y uno ha muerto (Reiner, 2004). Así que el 60% de estos individuos criados como mujeres, sin embargo, librados a sus propios medios, sin su pene o sin saber su historia, llegaron a identificarse como varones. Aparentemente un sesgo de varón, la estimulación de testosterona en útero, tenían mucho más peso que la crianza, la educación y el adoctrinamiento de género en las vidas de estos niños. Al tratar de entender por qué no todos cambiaron solamente podemos repetir que hay una gran parte de respuesta individual en la interacción de natura y nurtura.[6]
Cualquier discusión de la evidencia humana sobre sesgo sicosexual no estaría completa sin considerar el trabajo de genetistas comportamentales como Thomas Bouchard, N.G. Martin, Robert Plomin, Nancy Segal, y otros (e.g., Bouchard, Lykken, McGue, Segal, & Tellegen, 1990; Martin, 1978; Plomin, 1990; Plomin & Asbury, 2005; Segal, 2000). Usando datos de estudios de mellizos criados juntos o separados y de familias con características únicas en su género (véanse e.g., Blanchard, Cantor, Bogaert, Breedlove, & Ellis, 2006), han demostrado el poder de la naturaleza para organizar y sesgar comportamientos de todo tipo. Pero, como se propone en las anotaciones introductorias, estos factores interactúan con las fuerzas de la nurtura. El “cómo” o resultado de esta interacción es una fusión de las fuerzas naturales genéticas y endocrinas que dentro del individuo sesgan el comportamiento, e.g., hacen más probable que ciertas elecciones comportamentales se produzcan y no otras.[7]
El Caso Clásico de Desarrollo del Varón
El bien conocido caso de David Reimer, a quien yo originariamente identifiqué con los seudónimos de “John” y después “Joan” en el caso de los mellizos John/Joan (Colapinto, 2000; Diamond & Sigmundson, 1997a) así como la experiencia y las expresiones de otros serán usados para ilustrar cómo los rasgos de más arriba nos permiten analizar el desarrollo masculino. Este ejemplo demuestra el proceso de desarrollo masculino que sufre un varón típico de un modo inconsciente. La mujer o el hombre promedios, si bien pueden hacerlo en retrospectiva, generalmente no analizan cómo se desarrollan. Simplemente aceptan que lo que les ocurre es natural e inevitable. Es solamente con reflexión que pueden imaginarse los procesos a través de los cuales han pasado. Personas como David, los transexuales y otras que se ven a sí mismas como diferentes, sin embargo, nos dan un buen material para pensar sobre este desarrollo, sea que el análisis se centre en patrones, identidad elección de objeto u otros aspectos de PRIMO.[8]
El concepto de masculinidad de David Reimer no estaba basado en la presencia de un pene; no tenía ninguno. Un accidente extremo en la circuncisión lo había dejado sin falo. Sus angustiados progenitores buscaron ayuda para saber cómo manejarse en esta situación traumática. Se les advirtió que sin un pene David no podría desarrollarse como varón. Por esto David sufrió cirugía feminizadota para quitarle su escroto y testículos, su perineo se modeló quirúrgicamente para que pareciera una vulva, y cuando creció se preparó para que le construyeran una vagina. Lo que fue máximamente crucial fue a los progenitores se los instruyó para que criaran a David como una niña, en la creencia de de crecer como mujer solidificaría su identidad (Diamond & Sigmundson, 1997a). Sus progenitores lo rebautizaron como Brenda hicieron su mejor esfuerzo para seguir este consejo (Colapinto, 2000).
A pesar de ser criado como niña, recibir estrógenos y aconsejamiento y terapia siquiatría para inculcarle modales y actitudes femeninas, David se negó a verse a í mismo como mujer, y, a los catorce años, amenazó con suicidarse si no podía vivir como varón. Fue entonces solamente que le informaron de su historia. Su respuesta fue alivio inmediato, al saber que sensación de no ser una niña no era el resultado de algún tipo pensamiento de trueque o de insania. Cuando se le preguntó como sabía que debía ser un niño en lugar de niña como había sido criado dijo que se había apoyado en sentimientos básicos interiores. Muy temprano había reconocido su disposición para hacer cosas típicas de niños y su disgusto e incluso aversión por involucrarse en cosas que sabía eran típicas de niñas. Vio que sus sentimientos y su modo de pensar parecían ser los mismos que los de la gente que él conocía como varones, y diferentes de la gente que él conocía como mujeres. Era brillante pero no bien educado, y su pensamiento era intuitivo y usaba el vocabulario, simbolismo y comprensión que poseía. David básicamente llegó a comprender que su crianza y vida como niña estaba mal comparando sus propias preferencias de conducta y sus sentimientos con los de otros chicos y chicas que conocía y veía en el mundo circundante. Y, a pesar de ser criado como mujer, se sentía tan extremadamente diferente de quienes conocía como niñas, y se sentía tanto más parecido a quienes conocía como niños, que llegó a comprender que como él no era un nuevo tipo de criatura, viviría más cómodamente si era varón. A pesar de ser criado como niña, de haber recibido atención médica y siquiátrica para reforzar su femineidad, y de ser castigado en la escuela y otros sitios cuando mostraba conductas similares a los varones e “impropias de niñas”, David llegó a identificarse como varón. Esto se hizo manifiesto de muchos modos.
Cuando todavía era muy joven David insistió tanto en orinar parado que las niñas de la escuela se negaban a dejar que “Joan” entrara al baño de mujeres. Sus modos naturales de portarse les parecían masculinos también a otros. Sus compañeros de escuela dieron en ridiculizar a Joan llamándola “hombre de las cavernas, mujer cavernícola, gorila”, o usando nombres burlones similares (Diamond & Sigmundson, 1997a). Debido a su comportamiento obviamente inusual para una niña Joan no fue capaz de tener amigas y estaba muy sola. David recordaba tener sueños en los que él era un machote [“stud”] con un auto con el que levantaba chicas. Éstas eran el meollo de su pensamiento y comparaciones. Este tipo de análisis comparativo — ¿soy igual o soy diferente?, ¿a quién me parezco y a quién no?— no es obtuso, difícil de entender, tirado de los cabellos [far-fetched]. Es el mismo tipo de análisis y comprensión básicos que se desarrolla entre o dentro de personas cualesquiera, sean ellas transexuales, intersexuados, gay, queer, bi o héteros, y les dice con cuál grupo se sienten máximamente identificados y con cuáles grupos se sienten asociados en menor grado. Estos sentimientos e impresiones generalmente comienzan a una edad muy joven y típicamente llegan a delinearse claramente durante la pubertad.
Todas estas personas de grupos que son diferentes tienen en común que han llegado a comprender que no son típicas en aspectos críticos de sus patrones de género, orientación u aspiraciones físicas. En contraste, el niño o niña promedio acepta y no cuestiona que se parece a la mayoría de los otros de su propio género. Sienten que son lo mismo y eso refuerza su seguridad. Sin embargo, quienes se consideran diferentes, como David, consagran mucho pensamiento a estos análisis, y el proceso de pensar es generalmente angustiante.
Todo el mundo, consciente o inconscientemente, hace un análisis de lo mismo-diferente y similar-y-no-similar. Después la mayoría de las personas, sin pensarlo mucho, permanecen como son y espontáneamente o con esfuerzo aumenta su asociación grupal a medida que maduran. Muchos varones aspirarán a emular diferentes modelos de rol de varón desde John Wayne a Alan Alda. A medida que madura habrá una mayoría de personas que sigan una trayectoria que conduzca a los estereotipos machistas y otras que viajarán por un sendero menos viril. A lo largo del camino, muchos varones se autoprueban para determinar si son suficientemente hombres para cualquier meta que tengan en mente (Diamond, 1997b).[9] Entre estos “autotesteadores” muchos sentirán que tienen que “salir al abierto” y admitir, al menos ante sí mismos y ocasionalmente ante otros, que son diferentes en uno o más aspectos de PRIMO: En términos de género la más extrema manifestación de “salir al abierto=darse a conocer= coming out” de modo diferente es cambiando para vivir como el sexo “opuesto” . Muchos otros encontrarán su propio modo de mezclar y fusionar características de género en modos que han llegado a ser conocidos como expresiones de transgeneridad, queer de género, y demás.[10]
Un subgrupo de individuos, de tamaño desconocido, si bien sienten aspectos de ser transgéneros, sin embargo siguen ocultando sus sentimientos y deseo de expresión y consideran la admisión un costo emocional, financiero o social demasiado alto (Diamond et al., 2006).
Los individuos en sus análisis personales, como David, usan pensamientos y comparaciones de un modo común e intuitivo para que les digan con quiénes son lo mismo y con quiénes son diferentes. Y lo más revelador as que el proceso les informa si as más adecuado y apropiado vivir como un niño o como una niña, hombre o mujer, hétero, gay o ínter sexuado, HSH o lo que sea.[11] El molde de acuñamiento usado no es uno de mujer o varón biológicos sino uno de lo mismo o diferente, similar o disimilar, y mejor o peor (Diamond, 2002a, b).
Debe ser también afirmado que a medida que uno aprender lo que as ser un muchacho y lo que apropiado para un muchacho, también uno aprende lo que as inapropiado y aprende lo que as ser una muchacha. De este modo los varones determinan si la femineidad les va bien. En nuestra sociedad, sin embargo, un varón que exhibe comportamientos femeninos suficientes para ser considerado una mariquita [sissy] es mucho menos tolerado que una varonera mujer y hay un precio social que debe pagarse por demostraciones afeminadas. Pude haber consecuencias corporales así como sociales; muchos niños son forzados a luchar físicamente con sus pares para defenderse a sí mismos contra mofas y prejuicio.[12]
El perfil comportamental y actitudinal final sexual que cualquier adulto desarrolla y manifiesta as un compuesto de todos los precedentes. Como un tema último y separado, éticamente creo que a los individuos debe permitírseles seguir sus propias disposiciones en cuanto a la expresión sexual en tanto no se lastime a otros. Además pienso que nadie tiene el derecho o privilegio de imponer su preferencia o voluntad sobre lo que es correcto en cuanto al género o expresión sexual de otro (Diamond & Beh, 2006).
He intentado ser claro y explícito en cómo considero el desarrollo y la adopción de conductas generizadas [gendered behaviors]. Para agregar todavía más claridad ahora mencionaré el pensamiento equivocado y mal estructurado de una cultura y una escritora como ejemplo de mala caracterización y malentendimiento de mi teoría. Esta falta de erudición puede ser inducida por un motivo político, como en el primer caso, o una aversión emocional a considerar un cimiento biológico en las conductas humanas, como en el segundo.
Malentendido y Clarificación
En la época actual en Japón mi publicación de la historia de John/Joan (Diamond & Sigmundson, 1997a) y el consecuente libro de Colapinto (2000) son equivocadamente tomadas como pruebas de una masculinidad japonesa inherente y fija en los varones biológicos, que emergerá sin tener en cuenta crianza o ambiente. Este pensamiento está siendo usado por los llamados Japoneses Tradicionalistas en debates contra quienes son llamadas Feministas Japonesas en batallas políticas que intentan influir los estereotipos genéricos culturales de Japón. A pedido de periodistas japoneses y de otros, para clarificar mi posición en este asunto, escribí un artículo (Diamond, 2005) donde abundaba sobre mi creencia de que el desarrollo será una combinación natura y nurtura y que el relajamiento de la mayoría de las actividades con sesgo de género en Japón probablemente realzará esa sociedad. Pero, en cualquier caso, todo individuo debe tener la oportunidad de expresar cualquier comportamiento generizado legal sin ser refrenado por restricciones sociales pasadas.
Hay un malentendimiento más cercano a nosotros. El reciente libro Deshaciendo el Género [Undoing Gender] de [Judith] Butler (2004) contiene un capítulo modelado siguiendo un artículo publicado previamente (Butler, 2001). Tanto en el libro como en el artículo de revista la autora hizo muchos comentarios sobre mi obra, sus cimientos teóricos y algunas de las repercusiones de ella, que indicaban una falta de comprensión o distorsión voluntaria. Desdichadamente, también embarró las palabras y pensamiento de David Reimer.
Judith Butler tomó mi trabajo, en particular sobre el caso John/Joan, como punto focal para su discusión del desarrollo del género. Después expandió su pensamiento equivocado para incluir la tragedia mayor asociada con el modelo médico de tratamiento que promovía para casos de personas nacidos con genitales ambiguos. El desarrollo de David, si bien fue una tragedia, fue presentado al mundo con una exitosa transformación de varón a mujer en desarrollo (Money, 1975; Money & Ehrhardt, 1972). Esto condujo a los médicos a tomar la cirugía en infantes y la reasignación sexual como modelo para tratar con los infantes, en su mayoría varones, nacidos con genitales ambiguos; fueron criados como mujeres. A las mujeres nacidas con genitales que tenían apariencia masculina por rutina se les reducía el tamaño del clítoris para que tuviera más la apariencia de una mujer típica (Diamond, 1999, 2004).
Butler escribió “Milton Diamond, un investigador del sexo que cree en la base hormonal de la identidad de género, que ha estado batallando contra Money por varios años…” (Butler, 2001, p. 623). No dio ninguna cita de mis trabajos. Yo nunca he dicho nada parecido a eso y nunca he considerado que mi teoría propusiese una base hormonal para la identidad de género. Desde 1965 he dicho que la identidad que se tiene es el resultado de una interacción de fuerzas biológicas y sociales: “la conducta es un compuesto de influencias prenatales y posnatales con los factores posnatales sobreimpuestos en una sexualidad inherente definida” (Diamond, 1965, p169). Sí creo que las hormonas tienen una importante influencia pero, para alertar a los investigadores de que las hormonas no son el principio y el fin de la identidad sexual o genérica, mis colegas y yo (Diamond et al., 1996) publicamos un estudio titulado “Desde la fertilización a la conducta sexual adulta: Influencias no hormonales sobre la conducta sexual.” Y las únicas discusiones profesionales que he tenido con John Money se dieron con su abordaje teórico del desarrollo sexual (e.g., Diamond, 2000a).
En la página 62 de su libro (página 625 del artículo), Butler afirmó “David experimentó una profunda sensación de género que estaba vinculada a su conjunto original de genitales,... que ninguna cantidad de socialización pudo revertir. Ésta es la idea de Colapinto y también la de Milton Diamond” (Butler, 2004, p. 62). Otra vez no da ninguna cita de mi obra. Que me atribuya que nosotros pensamos que la identidad de David emanaba de su recuerdo de un pene es ridículo y risible. David era un infante cuando perdió su pene y nunca hizo ninguna declaración indicando que tuviera alguna memoria de tener un pene. Butler hace otras referencias equivocadas al valor de un pene (incluso de un pene faltante) para inculcar la masculinidad. Esto está mal. A decir verdad, a lo largo de los años he presentado más de unos pocos casos donde los individuos de condiciones o bien transexual o bien intersexual [intersex] cambiaban de género debido a todo tipo de fuerzas o a pesar de otras presiones, y ciertamente de modo independiente de los genitales (e.g., Diamond, 1996, 1997a, 1999; Diamond & Watson, 2004). En mi teoría, la posesión o la apariencia de los genitales que uno tenga tienen poco que ver con la aceptación o rechazo del género y la teoría sostiene que los genitales no son necesarios para que se desarrolle una identidad sexual o de género (Diamond, 1997a, b, 1999; Diamond & Sigmundson, 1997b). Estos resultados son independientes de que el sexo sea varón o mujer [male or female] o de que una persona se considere a sí misma como gay, bi, hétero o lo que sea... John/Joan, como las transexuales de mujer-a-varón, obviamente se consideraba a sí mismo varón a pesar de la ausencia del pene. Una mujer que perdió sus senos o útero debido a la cirugía, por ejemplo, generalmente todavía sigue identificándose como mujer y se ve a sí misma como mujer. El órgano sexual más importante no está entre las piernas sino entre las orejas. Es el cerebro (Beh & Diamond, 2000) y éste se moldea pre- y posnatalmente.[13]13
Uno de los errores más egregios y más obvios de Butler fue la aseveración de que “Diamond argumentó, por ejemplo, que los infantes intersexuales, esto es, aquellos nacidos con atributos de género mezclados o indeterminados, generalmente tienen un cromosoma Y, y que la posesión del Y es una base adecuada para sacar la conclusión de que debían ser criados como niños” (Butler, 2004, p. 625). En el libro aseveró que yo creía que “la presencia de la Y es base suficiente para presumir masculinidad social” (Butler, 2004, p. 63). En nuestras sugerencias originales para el manejo de niños intersexuales dijimos, y lo hemos repetido consistentemente, “declarar el sexo basándose en el resultado más probable para el niño involucrado” (Diamond & Sigmundson, 1997b, p. 1047). Y más tarde, en el mismo artículo escribimos: “Criar como mujeres [female] a personas XY con Síndrome de Insensibilidad al Andrógeno (AIS) [Androgen Insensitivity Síndrome] (grados 4 a 7)... y a personas XY con disgénesis gonadal” (Diamond & Sigmundson, 1997b, p. 1047). Estas recomendaciones se hicieron debido a la experiencia, que demostraba que tales asignaciones conducirían, no inevitablemente pero a menudo, a la aceptación de la asignación y a que ésta fuera satisfactoria. También éstas reflejan el rasgo del sexo cerebral[14]
En un paper reciente (Diamond & Watson, 2004), originariamente dado a conocer en el 2000 (Diamond & Watson, 2000), escribimos de las personas con SIA (Síndrome de Inmunidad al Andrógeno= AIS) (todas las cuales tienen un cromosoma Y) entre las cuales algunos individuos cambian de vivir como hombres a vivir como mujeres y viceversa, con otros que cambian de la vida como mujeres a vivir como hombres. Y yo he sido consistente en defender los derechos de los que tienen un cromosoma Y a cambiar para vivir como mujeres y de los que tienen cromosomas XX (la mujer típica) a vivir como hombres si ése es su deseo (Beh & Diamond, 2000, 2005a; Diamond, 1999; Diamond & Beh, 2006).
Máximamente preocupante as la falsa aseveración de Butler de que yo apoyo la cirugía en los infantes intersexuados (página 63–65 de su libro; páginas 625–627 de su artículo). Yo, junto con mi colega Kenneth Kipnis, fuimos los primeros en todo el mundo en argumentar profesionalmente que, por rezones médicas, científicas y éticas, todas estas cirugías debían ser detenidas ya que no hay modo de que los médicos sepan cómo querrá vivir el infante. Recomendamos fuertemente “que haya una moratoria general en estas cirugías cuando se hagan sin el consentimiento del paciente” (Kipnis & Diamond, 1998, p. 405, 1999, p. 186). Esta convocatoria original fue repetida en una presentación invitada ante la Academia Norteamericana de Pediatría (Diamond, 1999). Además, esta toma de posición contra la cirugía infantil ha sido fortalecida con argumentos similares en publicaciones legales y éticas (Beh & Diamond, 2000, 2005b; Diamond & Beh, 2006; Kipnis & Diamond, 1999). Esta argumentación as armónica con la teoría que permite que cada individuo se desarrolle de modo único en su género. Mi objetivo ha sido consistentemente alentar a los progenitores a que amen y protejan al infante que tiene, sin tener en cuenta el sendero genérico seguido por el joven (Beh & Diamond, 2000, 2005b).
En un paper anterior Sigmundson y yo argumentamos en contra de la cirugía cosmética genital en infantes y subrayamos que “En la crianza, los progenitores deben ser consistentes en ver a su infante o bien como niña o bien como niño, no neutro” (Diamond & Sigmundson, 1997b, p. 1047). En nuestra sociedad intersexo es una designación de un hecho medico, pero todavía no es una designación social comúnmente aceptada. Sin embargo, con la edad y la experiencia, una cantidad creciente de personas hermafroditas y seudohermafroditas han adoptado la identificación de intersexo (Schober, 2001). En cualquier caso, aconsejamos a los progenitores que permitan a sus infantes una expresión libre de sus elecciones en selección de juguetes, preferencia de juegos, asociación con amigos, aspiraciones futuras, y así siguiendo. La erudita en leyes Hazel Beh y yo hemos escrito por qué creemos que ni siquiera as razonable que los progenitores permitan esa cirugía cosmética en sus infantes (Beh & Diamond, 2005b). Nuestra creencia es que el infante debe ser libre para expresar su propia voluntad, sin restricciones de una cirugía cosmética impuesta que puede ser realizada más tarde si se desea.
Butler (2004) dio a Cheryl Chase y Anne Fausto-Sterling el crédito de haber argumentado en contra de la cirugía en infantes e infirió que yo defendía esa cirugía. Butler puede haber escrito como lo hace a causa de su creencia equivocada en que yo pienso que la gente tiene que seguir un sendero de desarrollo u otro, en particular. Sin tener en cuenta esto, tanto Chase como Fausto-Sterling han escrito que yo argumento en contra de la cirugía (Fausto-Sterling, 2000; ISNA, 1997). A decir verdad, en 1998 invite a Chase a mi presentación en la Academia Norteamericana de Pediatría donde recomendé que los médicos impusieran una moratoria sobre estos procedimientos. Aproveché la ocasión para presentar a la señora Chase a los médicos para que pudieran, por primera vez, comenzar a escuchar la perspectiva de las personas intersexuadas y oír sus quejas (Diamond, 2004). El año anterior ella y otros individuos intersexuados habían hecho un piquete fuera de una conferencia profesional de médicos en Boston, después de que se les había prohibido entrar, y habían sido industriosamente ignorados (http://www.isna.org/books/chrysalislbeck).
Otro error de Butler fue su aseveración (revista página 627) de que “a pesar de las recomendaciones de Diamond, el movimiento Intersexuado ha sido galvanizado por el caso John/Joan; ahora puede llevar a la atención pública la brutalidad y coercitividad y daño perdurable de las cirugías no deseadas que se ejecutan en infantes Intersexuados.” No es a pesar de mis afirmaciones; es a causa de mis afirmaciones (Diamond, 1999; Kipnis & Diamond, 1998, 1999; NOVA, 2001). Yo presenté el caso John/Joan case a los especialistas médicos en 1998 cuando estaba confiando mis preocupaciones a la Academia Norteamericana de Pediatría. American Academy of Pediatrics (AAP). Durante esa charla introduje el tópico del daño potencial y real hecho por la cirugía infantil, las reasignaciones sexuales y la castración sin conocimiento previo del resultado (Diamond, 1999). Mi explicación racional era que si la reasignación sexual con femineidad impuesta no había funcionado para David, aunque había sido reforzada con cirugía, hormonas, crianza progenitorial y siquiatría, ¿por qué deberían los pediatras pensar que automáticamente funcionaría en niños intersexuados?[15] En los Estados Unidos mi charla dio como resultado que la AAP emitiera nuevas guías para el manejo de niños intersexuados (AAP, 2000; Zderic, Canning, Carr, & Snyder, 2002) y mi discurso ante la Asociación Británica de Cirujanos Pediátricos [British Association of Paediatric Surgeons] de 1999 similarmente impulsó que emitieran nuevas guías de tratamiento que propusieron una visión más restricta en contra de la cirugía infantil en Bretaña (Rangecroft, 2003; Rangecroft et al., 2001).
Por ultimo, Butler leyó mal o interpretó mal de modo muy serio el modo en que pensaba David Reimer y cómo “John” desarrolló la comprensión de que el hecho de que lo estuvieran criando como una niña era “incorrecto.” En lugar de dar valor a la intuición, instinto, impresiones personales y capacidad de David de percibir similaridades y diferencias tanto como sentimientos de encajar bien o mal o impresiones “de las tripas”, Butler prefirió pensar que el desarrollo de género de David y de otras personas surgía en general de las fuerzas de la política y el adoctrinamiento. Para esto ella (página de la revista 621), como Foucault (1980), no proveyó ninguna evidencia sino que solamente afirmó dar apoyo a su creencia de que tales son los factores responsables por aceptación, modificación o rechazo de género. A decir verdad, la política y el adoctrinamiento sí tienen su parte en el resultado, como lo tienen las fuertes presiones y fuerzas de la religión, la crianza y la educación. Sin embargo, todas estas fuerzas encajan con los impulsos, inclinaciones y tendencias internos de uno para producir la persona que emerge. El costo en términos de desarrollo es el tiempo y el esfuerzo, tanto en lo emocional como en lo físico, que se necesitan para que el individuo llegue a algún tipo de decisión de vida y desarrolle un modo de ser. Como lo hace todos los varones inconscientemente, de un modo fuertemente análogo al de los transexuales varón a mujer, David estaba respondiendo dramáticamente a claves internas en respuesta al mundo que veía en su derredor.
Tengo la esperanza de que la presentación de la teoría y la evidencia que la apoyan, junto con el análisis crítico de los errores de una cultura y una autora en particular, hayan clarificado la Teoría de Interacción Sesgada de Desarrollo Sicosexual y haya dado crédito a las capacidades analíticas de cada individuo para diferenciar lo mismo de lo diferente, y por tanto saber si deben ser un niño o una niña, un hombre o una mujer.
Acknowledgement: Support for this work has come from the Eugene Garfield Foundation of Philadelphia, Pennsylvania.
References
AAP: American Academy of Pediatrics (2000). Evaluation of the newborn with developmental anomalies of the external genitalia. Pediatrics, 106, 138–142.
Alex, R. (2004). Re Alex. 180 Family Law Review (Australia), 89, 92.
American Psychiatric Association (2000). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (4th ed.). Washington, DC: American Psychiatric Association (text revision).
Beach, F. A. (1976a). Hormonal control of sex-related behavior. In F. A. Beach (Ed.), Human sexuality in four perspectives (pp. 247– 268). Baltimore, MD: The Johns Hopkins University Press.
Beach, F. A. (1976b). Cross-species comparisons and the human heritage. In F. A. Beach (Ed.), Human sexuality in four perspectives (pp. 296–317). Baltimore, MD: The Johns Hopkins University Press.
Beh, H. G., & Diamond, M. (2000). An emerging ethical and medical dilemma: Should physicians perform sex assignment surgery on infants with ambiguous genitalia? Michigan Journal of Gender and Law, 7,1–63.
Beh, H. G., & Diamond, M. (2005a). Transsexualism in Australian family court and its relativity to the United States. Health Matrix: Journal of Law–Medicine, 15, 239–283.
Beh, H. G., & Diamond, M. (2005b). David Reimer’s legacy: Limiting parental discretion. Cardozo Journal of Law and Gender, 12,5–30.
Bem, D. J. (1995). Exotic becomes erotic: A developmental theory of sexual orientation. Psychological Review, 103,1–16.
Blanchard, R., Cantor, J. M., Bogaert, A. F., Breedlove, S. M., & Ellis, L. (2006). Interaction of fraternal birth order and handedness in the development of male homosexuality. Hormones and Behavior, 49, 405–414.
Bouchard, T. J., Lykken, D. T., McGue, M., Segal, N. L., & Tellegen, A. (1990). Sources of human psychological differences: The Minnesota study of twins reared apart. Science, 250, 223–228.
Breedlove, S. M. (1994). Sexual differentiation of the human nervous system. Annual Review of Psychology, 45, 389–418.
Butler, J. (2001). Doing justice to someone. GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, 7, 621–636.
Butler, J. (2004). Undoing gender. Oxford: Routledge.
CDC (2002). Sexual behavior selected health measures: Men and women 15–44 years of age. Hyattsville, MD: CDC: National Center for Health Statistics.
Cohen-Kettenis, P. T. (2005). Gender change in 46,XY persons with 5a-reductase-2 deficiency and 17B-hydroxysteroid dehydrogenase-3 deficiency. Archives of Sexual Behavior, 34, 399–410.
Cohen-Kettenis, P. T., & Pfäfflin, F. (2003). Transgenderism and intersexuality in childhood and adolescence: Making choices. London: Sage.
Colapinto, J. (2000). As nature made him: The boy who was raised as a girl. New York, NY: Harper Collings.
Diamond, M. (1965). A critical evaluation of the ontogeny of human sexual behavior. Quarterly Review of Biology, 40, 147–175.
Diamond, M. (1976). Human sexual development: Biological foundation for social development. In F. A. Beach (Ed.), Human sexuality in four perspectives (pp. 22–61). Baltimore, MD: The John Hopkins University Press.
Diamond, M. (1979). Sexual identity and sex roles. In V. Bullough (Ed.), The frontiers of sex research (pp. 33–56). Buffalo, NY: Prometheus.
Diamond, M. (1993). Some genetic considerations in the development of sexual orientation. In M. Haug, R. E. Whalen, C. Aron, & K. L. Olsen (Eds.), The development of sex differences and similarities in behaviour, vol. 73, NATO ASI Series (pp. 291– 309). Dordrecht: Kluwer.
Diamond, M. (1995). Biological aspects of sexual orientation and identity. In L. Diamant & R. McAnulty (Eds.), The psychology of sexual orientation, behavior and identity: A handbook (pp. 45– 80). Westport, CT: Greenwood.
Diamond, M. (1996). Self-testing among transsexuals: A check on sexual identity. Journal of Psychology & Human Sexuality, 8,61–82.
Diamond, M. (1997a). Sexual identity and sexual orientation in children with traumatized or ambiguous genitalia. Journal of Sex Research, 34, 199–222.
Diamond, M. (1997b). Self-testing: A check on sexual identity and other levels of sexuality. In B. Bullough, V. L. Bullough, & J. Elias (Eds.), Gender blending (pp. 103–125). Amhearst, NY: Prometheus.
Diamond, M. (1999). Pediatric management of ambiguous and traumatized genitalia. The Journal of Urology, 162, 1021–1028.
Diamond, M. (2000a). The Joan/Joan case : Another perspective, the Position. <http://www.hawaii.edu/PCSS/online_artcls/intersex/ heidenry.html>.
Diamond, M. (2000b). Componentes basicos de la sexualidad humana (PRIMO: Basic components). Psicoterapia. (Spanish Psychology Journal), X,23–40.
Diamond, M. (2002a). Sex and gender are different: Sexual identity and gender identity are different. Clinical Child Psychology and Psychiatry, 7, 320–334.
Diamond, M. (2002b). Conversation with Milton Diamond: Interview —Transsexuality and intersexuality. In B. D. Katula & W. E. Parker (Eds.), In the realm of the Phallus Palace (pp. 35–56). Los Angeles, CA: Alyson.
Diamond, M. (2004). Sex, gender, and identity over the years: A changing perspective. In M. Diamond & A. Yates (Eds.), Child and adolescent psychiatric clinics of North America: Sex & gender (vol. 13, pp. 591–607). Philadelphia, PA: Elsevier.
Diamond, M. (2005). Traditionalist vs. feminists in contemporary Japanese culture: Nature vs. nurture vs. interaction and social implications. JASE (Japanese Association of Sex Educators), 24, 1–5.
Diamond, M., & Beh, H. G. (2006). The right to be wrong: Sex and gender decisions. In S. Sytsma (Ed.), Ethics and intersex (pp. 103–113). Berlin Heidelberg New York: Springer.
Diamond, M., Binstock, T., & Kohl, J. V. (1996). From fertilization to adult sexual behavior: Nonhormonal influences on sexual behavior. Hormones and Behavior, 30, 333–353.
Diamond, M., & Hawk, S. T. (2004). Concordance for gender identity among monozygotic and dizygotic twin pairs. Paper presented at the annual meeting of the American Psychological Association, Honolulu, HI (August).
Diamond, M., & Karlen, A. (1980). Sexual decisions. Boston, MA: Little Brown.
Diamond, M., & Sigmundson, H. K. (1997a). Sex reassignment at birth: Long term review and clinical implications. Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine, 151, 298–304.
Diamond, M., & Sigmundson, H. K. (1997b). Management of intersexuality: Guidelines for dealing with persons with ambiguous genitalia. Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine, 151, 1046–1050.
Diamond, M., & Watson, L. A. (2000). Identity, orientation and gender-typical behaviors in individuals with androgen insensitivity syndrome. Paper presented at the Second International Behavioral Development Symposium, Minot, North Dakota.
Diamond, M., & Watson, L. A. (2004). Androgen insensitivity syndrome and Klinefelter’s syndrome. Child and Adolescent Psychiatric Clinics: Sex and Gender, 13, 623–640.
Diamond, M., Watson, L. A., Miyamoto, H., & Fee, J. (2006). Gender Identity; Why I did or did not change: Passing and body configuration (in preparation).
Fausto-Sterling, A. (2000). Sexing the body: Gender politics and the construction of sexuality. New York: Basic Books.
Foucault, M. (1980). The history of sexuality: An introduction. New York: Viking (US edition).
GIRES et al. (2006). Atypical gender development—Areview. International Journal of Transgenderism, (in press).
Goldman, R., & Goldman, J. (1982). Children’s sexual thinking: A comparative study of children aged 5 to 15 years in Australia, North America, Britain, and Sweden. London: Routledge & Kegan Paul.
Gorski, R. (1991). Sexual differentiation of the endocrine brain and its control. In M. Motta (Ed.), Brain endocrinology: Comprehensive endocrinology (pp. 71–104). New York: Raven.
Goy, R. W., Bercovitch, F. B., & McBrair, M. C. (1988). Behavioral masculinization is independent of genital masculinization in prenatally androgenized female rhesus macaques. Hormones and Behavior, 22, 552–571.
Green, J. (2004). Becoming a visible man. Nashville: Vanderbilt University Press.
Harris, J. R. (1998). The nurture assumption: Why children turn out the way they do. New York: Free Press.
Henningsson, S., Westberg, L., Nilsson, S., Lundstrom, B., Ekselius, L., Bodlund, O., et al. (2005). Sex steroid-related genes and male-to-female transsexualism. Psychoneuroendocrinology, 30, 657–664.
ISNA (1997). Diamond & Sigmundson publish recommendations. Press Release @ <http://www.isna.org/search/node/diamond>.
Kimura, D. (1992). Sex differences in the brain. Scientific American, September,81–87.
Kipnis, K., & Diamond, M. (1998). Pediatric ethics and the surgical assignment of sex. The Journal of Clinical Ethics, 9, 398–410.
Kipnis, K., & Diamond, M. (1999). Pediatric ethics and the surgical assignment of sex. In A. D. Dreger (Ed.), Intersex in the age of ethics (pp. 172–193). Hagerstown, MD: University Publishing Group.
Kotula, B. D. (2002). The Phallus Palace: Female to male transsexuals. Los Angeles, CA: Alyson.
Kruijver, F. P. M., Zhou, J. N., Pool, C. W., Hofman, M. A., Gooren,
L. J. G., & Swaab, D. F. (2000). Male-to-female transsexuals have female neuron numbers in a limbic nucleus. Journal of Clinical Endocrinology and Metabolism, 85, 2034–2041.
Martin, N. G. (1978). Genetics of sexual and social attitudes in twins. Twin Research: Psychology and Methodology, 24A,13–23.
Mathews, R. I., Perlman, E., Marsh, D. W., & Gearhart, J. P. (1999). Gonadal morphology in cloacal exstrophy; implications in gender assignment. British Journal of Urology International, 84,99–100.
May, L. (2005). Transgenders and intersexuals: Everything you wanted to know but couldn’t think of the question. Bowden, Australia: East Street.
Mayer, A., Lahr, G., Swaab, D. F., Pilgrim, C., & Reisert, I. (1998). The Y-chromosomeal genes SRY and SFY are transcribed in adult human brain. Neurogenetics, 1, 281–288.
Meyer-Bahlburg, H. F. L. (2005). Gender identity outcome in female-raised 46,XY persons with penile agenesis, cloacal exstrophy of the bladder, or penile ablation. Archives of Sexual Behavior, 34, 423–438.
Money, J. (1963). Cytogenetic and psychosexual incongruities with a note on space form blindness. American Journal of Psychiatry, 119, 820–827.
Money, J. (1975). Ablatio penis: Normal male infant sex-reassignment as a girl. Archives of Sexual Behavior, 4,65–71.
Money, J., & Ehrhardt, A. (1972). Man & woman, boy & girl. Baltimore, MD: The John Hopkins University Press.
Money, J., Hampson, J. G., & Hampson, J. L. (1955). An examination of some basic sexual concepts: The evidence of human hermaphroditism. Bulletin of The Johns Hopkins Hospital, 97, 301–319.
NOVA (2001). Sex unknown. In B. Burns (Ed.), PBS, WGBH-TV, Boston.
Perkins, A., & Fitzgerald, J. A. (1992). Luteinizing hormone, testosterone, and behavioral response of male-oriented rams to estrous ewes and rams. Journal of Animal Science, 70,1787–1794.
Phoenix, C. H., Goy, R. W., Gerall, A. A., & Young, W. C. (1959). Organizing action of prenatally administered testosterone propionate on the tissues mediating mating behavior in the female guinea pig. Endocrinology, 65, 369–382.
Plomin, R. (1990). The role of inheritance in behavior. Science, 248, 183–188.
Plomin, R., & Asbury, K. (2005). Nature and nurture: Genetic and environmental influences on behavior. The Annals of the American Academy of Political and Social Science, 600,86–98.
Rangecroft, L. (2003). Surgical management of ambiguous genitalia. Archives of Disease in Childhood, 88, 799–801.
Rangecroft, L., Brain, C., Creighton, S., Di Ceglie, D., Amanda, O.-S., Malone, P., et al. (2001). Statement of the British Association of Paediaric Surgeons Working Party on the surgical management of children born with ambiguous genitalia. Downloaded from http://www.baps.org.uk/documents/intersex%20statement.htm .
Reiner, W. G. (2004). Psychosexual development in genetic males assigned female: The cloacal exstrophy experience. In M. Diamond & A. Yates (Eds.), Child and adolescent psychiatric clinics of north america: Sex & gender (vol. 13, pp. 657–674). Philadelphia, PA: Elsevier.
Reiner, W. G. (2005). Gender identity and sex-of-rearing in children with disorders of sexual differentiation. Journal of Pediatric Endocrinology & Metabolism, 18, 549–553.
Ridley, M. (2003). Nature via nurture: Genes, experience, & what makes us human. New York: Harper Collins.
Schober, J. M. (2001). Sexual behaviors, sexual orientation and gender identity in adult intersexuals: A pilot study. Journal of Urology, 165, 2350–2353.
Segal, N. L. (2000). Entwined lives: Twins and what they tell us about human behavior. New York: Plume.
Short, R. V. (1979). Sexual behavior in red deer. In H. W. Hawk (Ed.), BARC Symposium (Beltsville Symposia in Agricultural Research), vol. 3: Animal reproduction (pp. 365–372). New York: Wiley.
Wong, J. (2004). Twin peaks. The Globe and Mail (Toronto, Canada newspaper), June 25, F1, F3–F5.
Zderic, S. A., Canning, D. A., Carr, M. C., & Snyder, H. M. (2002). Pediatric gender assignment: A critical reappraisal. New York: Plenum.
Zhou, J.-N., Hofman, M. A., Gooren, L. J. G., & Swaab, D. F. (1995). A sex difference in the human brain and its relation to transsexuality. Nature, 378,68–70.
[1] No todas las sociedades se limitan a solamente dos posibilidades.
[2] En contextos, tales como en conferencias gay-lésbicas o en una conversación, la propia identidad sexual puede indicar si la persona se ve a sí misma coo heterosexual, homosexual o bisexual. Sin embargo, entre sexólogos la relación que se tenga con una pareja sexual se llama orientación sexual o preferencia de pareja sexual; identidad se refiere a cómo uno se ve a sí mismo, si como varón o mujer [macho o hembra], hombre o mujer
[3] El estudio fue conducido en la isla de Rhum, de 10.600 hectáreas, relativamente aislada y deshabitada, en la costa occidental de Escocia, donde vivían libres alrededor de 1,200 ciervos rojos.
* Una conducta de los mamíferos (como en caballos o gatos) en la que el animal inhala con la boca abierta y el labio superior curvado para facilitar la exposición del órgano vomeronasal a un aroma o feromona (N. del T.)
[4] En un bien conocido caso legal una nena de trece años es citada diciéndole a su siquiatra que “creció en los primeros años de vida creyendo que era un nene” y que “siempre había pensado en sí mismo como un nene.” A este adolescente se le permitió proceder a la transición (Alex, 2004). El reconocimiento de ser diferente de otros es central en la teoría de desarrollo de Bem relativa a la orientación sexual “Exótico se Vuelve Erótico” (Bem, 1995). En esa similaridad nuestras teorías son comparables. Pero de muchas maneras significativas no lo son. La conciencia de ser varón o mujer es uno de los rasgos más tempranos del desarrollo y los niños aprenden muy temprano, a los 3 o 4 años de edad, a cuál sexo o género se supone que pertenecen. Los niños de preescolar rápidame y vigorosamente declararán con corrección que son nenes o nenas si se les pregunta o se les provoca para que lo hagan. El niño promedio repetirá la identificación dada por los progenitors. El niño transexual, aunque haya sido criado de un modo típico sin embargo se identificará como un infante del género opuesto. En contraste con este temprano y adamantino conocimiento del género, las preferencias de orientación sexual no serán generalmente reconocidas hasta la pubertad o después. Un estudio de los CDC de 34.706 alumnos de los grados 7 a 12 descubrió que 10.7% se describían a sí mismos como inseguros de su orientación sexual. Y la dirección de esta atracción, andrófila, ginéfila o ambifílica, estaba o no de acuerdo con su género profesado o su sentimiento originario de ser diferente (CDC, 2002).
[5] Las areas cerebrales que se encuentran entre transexuales y que son diferentes de lo típico son las regions sexualmente dimórficas llamadas la subdivision central del núcleo del lecho de la estría terminal (BSTc) Esta área difiere en varones y mujeres tanto en tamaño como en número neuronal.
[6] Hay dos casos conocidos donde hermanos siameses con un único conjunto de genitales fueron separados poco después del nacimiento. Los bebés con un pene fueron criados como niños y sus gemeloss como niñas. En ambos casos los criados como niñas, a medida que llegaron a la pubertad, afirmaron su identidad de varones (Diamond, 1999; Wong, 2004).
[7] Para una extensión del debate de la interacción natura-nurtura véase también Harris (1998), Diamond et al. (1996) y Ridley (2003)
[8] La historia de David as única en su género en relación con el desarrollo masculino. Se pueden encontrar otros ejemplos en The Phallus Palace (Kotula, 2002), Transsexuals and Intersexuals (May, 2005), y Becoming a Visible Man (Green, 2004). Para el desarrollo de la identidad sexual y de género en personas criadas vomo varones véanse las historias personales de los libros antes mencionados de Kotula y May en Transgenderism and Intersexuality en Childhood and Adolescence (Cohen-Kettenis & Pfäfflin, 2003).
[9] El autoponerse a prueba, para los transexuales (o los individuos con dudas de género) es desafiarse significativamente a uno mismo a medirse personalmente “¿Soy hombre o mujer [Am I male or female]; soy un hombre o no [am I a man or not]?” Esto podría ir a extremos en los que el varón, por ejemplo, decide unirse a los Marines o a los Paramilitares y después se ofrece para misiones que ponen en peligro la vida (“Esto probará si soy un hombre o me hará hombre [prove I am a man or make a man out of me].”) Una mujer [female] en autoponerse a prueba puede volverse una stripper o quedar embarazada a propósito (Diamond, 1996). El rasgo significativo de todas estas acciones es que los que están “autoponiéndose a prueba” descubren que pueden aprobarla pero, sin embargo, siguen sintiendo que deben efectuar la transición. Aunque puedan manifestar lo mismo, comprenden que son y deben vivir de modo diferente.
[10] Virginia Prince acuñó el término transgénero alrededor del año 1970. Lo usó para distinguir varones como ella de los transexuales. Se llamó a sí misma una transgénero y quiso vivir como mujer pero no quería cirugía ni pensaba que fuera necesaria. En contraste los transexuales generalmente sienten que es imperativo que la cirugía sea parte de su proceso de transformación de varón a mujer (V-a-M) [ male-to-female (M2F)] o de mujer a varón (M-a-V) [female-to-male (F2M)]. Ahora el término transgénero ha llegado a usarse en todo tipo de modos, que generalmente se refieren a individuos que de algún modo mezclan o fusionan categories de género
[11] HSH [MSM] se refiere a los varones que no se consideran gays o se asocian con este grupo social pero sin embargo son hombres que tienen sexo con otros hombres. El término MSM no es común pero tiene un significado comparable para las mujeres.
[12] Hay muchos relatos dignos de ser informados de aggression homofóbica y transfóbica. No quiero trivializar la significación de estos crímenes de odio, pero es mi impresión, sin embargo, que casi todos los muchachos han experimentado al menos algunos ataques físicos y luchas para defenderse ellos mismos por una razón u otra. Esd simplemente una parte de crecer como un “muchacho” [ “boy.”*]
[13] La insignificancia del pene en la promoción de un sentimiento de masculinidad es probablemente lo más fuertemente indicado por los transexuales de mujer a varón (MAV=F2M). Los individuos mujeres nacidos con cromosomas XX, ovarios y una vagina, y sin características físicas obvias de varón, sin embargo, se consideran a sí mismos como varones y se someten a aconsejamiento siquiátrica, tratamiento hormonal y cirugía para promover una vida y apariencia de varón. Si bien aspiran a la masculinidad y típicamente se someten a la remoción quirúrgica de senos y útero y otras cirugías reconstructivas, se estiva que en alrededor de la mitad de estos casos la faloplastia no es algo que se busque. Para estas personas satisfacer los dictados de sus cerebros de vivir e interactuar como un hombre en la sociedad como tal es más importante que satisfacer algunos de los mitos de la sociedad sobre que un falo se necesita para documentar la masculinidad. En contraste, los transexuales de varón a mujer, a pesar de tener un pene, sienten un apego negativo o ningún apego al pene y no lo ven como parte de su identidad. No es la presencia o ausencia de un pene sino el sexo del cerebro (cómo se ha desarrollado) lo que determina cómo uno llega a identificarse como varón (male) o mujer (female) y cómo quiere vivir uno.
[14] La programación y el sesgo prenatal trabajan a través de alteraciones del sistema nervioso; por esto se puede decir que reflejan el sexo cerebral. Durante el desarrollo prenatal el sistema nervioso, el cerebfro en particular, es programado a lo largo de un sendero que generalmente as concomitante con el desarrollo de otras estructurales sexuales apropiadas como los genitals y los órganos reproducitovs. Sin embargo, el cerebfro, como en otras condiciones intersexuales, puede desrrollarse a lo largo de un sendero sexo/Género mientras otros órganos se desarrollan a lo largo de otro sendero. Dicho en palabras simples, el cerebro puede desarrollarse como de varón mientras otras partes del cuerpo se desarrollan como de mujer. Además, as importante recorder que el sistema nervioso en desarrollo que controla comportamientos ligados al género es más sensible a ciertos estímulos que lo que son los tejidos que forman los genitales, y por tanto pueden ser modificados en tanto que los genitales no. Creo que los transexuales son intersexuados en sus cerebros
[15] En realidad, como se derbatió años atrás (Diamond, 1965), podría ser más fácil pero los niños intersexualdos ser reasignados a un seño que lo que podría serlo para los niños típicos, ya que éstos ya han demostrado marcadores biológicos de “estar ya allí, parcialmente.” Ésta podría ser una razón para que algunos reasignaciones de sexo parezcan ser aceptadas. Sin embargo, esta flexibilidad sin conocimiento previo de cómo el cerebro ha sido afectado por la condicion intersexual, no as justificación para transformar al infante sin su consentimiento informado (Beh & Diamond, 2000, 2005b).